Cómodo, el fin de un Imperio
El único reproche que la historia puede hacer a Marco Aurelio, al que cronistas e historiadores veneran como un emperador digno, sensato y de demostrada grandeza moral, es haber dejado el destino de su imperio en manos de un muchacho de tan solo 19 años: su hijo Cómodo. Un joven ambicioso al que la historia ha juzgado de incapaz y falto de carácter, además de responsable del declive de una de las mejores dinastías que gobernó Roma: la de los antoninos. Durante casi cien años de gobierno, el principado antonino había llevado estabilidad y prosperidad al Imperio gracias a la labor de cinco emperadores que accedieron al trono por elección, y no por consanguinidad. Ninguno de ellos tuvo descendencia, por lo que fueron escogiendo a su sucesor (al que nombraban hijo adoptivo) en virtud de sus méritos. Marco Aurelio rompió con esa tradición y sacrificó la felicidad de millones de personas por el entusiasmo que sentía hacia un muchacho indigno al escoger un sucesor de su familia, en lugar de buscarlo en la república. El error fue tal que incluso los monstruosos vicios del hijo han ensombrecido la pureza de las virtudes del padre.
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