El Regalo

Publicado el 21 de mayo de 2024, 8:39

En un monasterio vivía un monje con un curioso ritual. Cada noche volcaba su taza, cada mañana la ponía boca arriba. Era su hábito mejor forjado. Un día, un intrigado aprendiz se acercó y le preguntó: Maestro, ¿cuál es el motivo de esta práctica? El monje respondió que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de su vida y cada mañana la llenaba con el obsequio de un nuevo día. La finalidad, le dijo, no es otra que aceptar mi mortalidad y apreciar mi vida.

 

Séneca nació con una enfermedad pulmonar crónica. Durante toda su vida tuvo que luchar con los ataques de asma y la bronquitis. Durante su juventud podía aguantar estas embestidas que le daba su salud, pero una vez que se había hecho viejo, sus achaques eran tan fuertes que se planteó varias veces el suicidio. No solo su salud era frágil, sino también su situación. Bajo el mandato del emperador Nerón, su vida pendía de un hilo. El despótico Nerón mató a su hermanastro, a su esposa y a su propia madre. Séneca, en su papel de tutor y maestro, sabía que tenía la muerte a la vuelta de la esquina. Por lo tanto, Séneca es una de las personas que mejor nos pueden hablar sobre tener presente la muerte, que esta se encuentra cerca de cada uno de nosotros. Por eso uno de los temas principales de su Epistolario era la reflexión sobre la muerte. Decía que la receta para vivir una buena vida era vivir cada día como una vida completa, sin posponer nada, sin sufrir por pensar en el futuro. El mismo escribió:


“Aquel que todos los días sabe dar la última mano

a su vida no siente la necesidad del tiempo,

pues de esta necesidad surge el temor y

el ansia del futuro que consume al espíritu.”

 

 

Uno de los hábitos que más nos recomendaba Séneca era decirnos a nosotros mismos cada noche: "He vivido, he completado la carrera que me había asignado el destino". Básicamente, nos aconsejaba morir cada noche. Pero, ¿qué puedes ganar pensando así? Lo que ganas es recibir cada mañana un regalo. Piénsalo, ¿cuántas mañanas has despertado quejándote de la vida, maldiciendo tus problemas y tu cansancio? En cambio, quien muere cada noche se despierta con un regalo. El maravilloso regalo de la vida. Séneca lo decía así:


“Es muy feliz y dueño de sí mismo quien

espera sin ansiedad el día de mañana.

Quien dice: “he vivido”,

cada día se levanta con un regalo.”

 

Al final de tu vida harías cualquier cosa del mundo, darías lo que fuese, para tener un solo minuto más de este momento, para tener un solo abrazo más, un solo beso más, una sola conversación más. Ahora tienes la oportunidad, aprovéchala. Piénsalo por un momento. Quien vive cada día como si pudiera ser su último no desperdiciaría un segundo de su vida. Recuerda que quien muere cada día vive más que ningún otro. Pensar en nuestra mortalidad y tomar conciencia de ella genera verdadera perspectiva y urgencia, algo que deberíamos aprovechar. En lugar de negar o temer nuestra mortalidad, podemos aceptarla. Recordar cada mañana que algún día moriremos nos ayuda a considerar nuestro tiempo como un don.

 

No cabe duda de ello, la muerte es el más universal de nuestros obstáculos. Es con el que menos podemos hacer. En el mejor de los casos, podemos tener la esperanza de demorarlo; y aún entonces, sucumbiremos al final. Como decían los estoicos, la única condición con la que vienes a esta vida es con la que te marcharás de ella algún día. Es el peaje que debemos pagar por semejante regalo, gracias al cual, cuando conseguimos alcanzar plena consciencia sobre ello, la vida se vuelve más bella, ya que su inherente fugacidad y su innegable destino constituyen el mejor de los recordatorios e incluso deber para vivir con alegría y vitalidad cada día. Cada amanecer, cada tropezón en el camino, cada muestra de cariño, cada nuevo aprendizaje... exprime hasta el último minuto de este maravilloso viaje y hazlo con consciencia y acompañado por las cuatro virtudes cardinales del estoicismo: Sabiduría, Justicia, Coraje y Templanza. Memento Mori.

 

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