Alejandro Magno (impulsos y deseos)

Publicado el 6 de abril de 2024, 20:28

Hablar de Alejandro Magno es sumergirnos en un universo en el que aún quedan muchas cosas por descubrir. Y es que cuando nos aproximamos a personajes históricos de tal talla, resulta en extremo difícil abarcar su extraordinaria extensión. Para empezar, vamos a traer a colación sus ansias de conquista que no se saciarían hasta dominar el mundo entero. Alejandro III de Macedonia es uno de los líderes que más destacan en la historia universal. Con un reinado que a pesar de no alcanzar a cumplir los trece años, le fue suficiente para labrarse un legado que resuena hasta nuestros días. Tan apoteósica se anunciaba la existencia de Alejandro desde el mismo momento de la fecundación, que cuenta una leyenda que su padre soñó después de engendrarlo, que cerraba el vientre de su esposa Olimpíade con el sello de un león.

 

Un aspecto vital en el desarrollo de la personalidad de Alejandro Magno, es la posibilidad de haber recibido una educación extraordinaria. Desde muy niño fue preparado en estrategia militar. También recibió educación por parte de uno de los grandes sabios de la humanidad: Aristóteles. En las ciencias y artes de la guerra fue instruido por su padre, uno de los mejores estrategas militares de todos los tiempos. También fortaleció esta área de sus saberes y conocimientos con la instrucción de un tutor contratado por su madre, el pedagogo Leónidas. Este personaje también quedaría grabado en la conformación de la personalidad de Alejandro Magno, pues le trató con extrema dureza, pero le ayudó a desarrollar un carácter estoico, en el que predominasen costumbres de tipo espartano, como la ropa ligera, el ejercicio físico exigente y la alimentación frugal. Pero fue el sabio Aristóteles quien despertaría en el joven Alejandro las mayores ansias del saber, que determinarían los rasgos más notables de su personalidad. Durante cuatro años lo tuvo como tutor. Y aunque el sabio aún no había escrito las grandes obras que son patrimonio universal, ya tenía claras las bases de su legado. Entonces instruyó al joven Alejandro en asuntos de política y de ética que determinarían buena parte de su ejercicio como gobernante. Le educó además en asuntos tan variados y útiles como el derecho, la educación cívica, la filosofía, la medicina y fisiología, la botánica y zoología.

 

También se suma a la construcción de la personalidad de Alejandro Magno, la profunda admiración por el héroe Aquiles, fomentada por su madre. Fue así como se entregó a la lectura de La Ilíada y La Odisea del célebre poeta Homero. También leyó las obras de otros autores afamados de la época, como Jenofonte y Eurípides. Estas lecturas fueron de a poco ampliando sus horizontes mentales. Fueron un incentivo a su ambición, a su imaginación y a las ansías de superarse y expandirse en todos los sentidos imaginables. Sin duda que las hazañas militares que protagonizó este personaje, están marcadas por visión, estrategia y carácter. La personalidad de Alejandro Magno era sinónimo de fuerza y determinación. Tan sólido era su aspecto físico como las acciones que le acompañaban. Era de los que planeaban las expediciones y comandaban las tropas, pero sin ocultarse jamás en las últimas filas. Al contrario, luchaba siempre en primera línea. Entrenaba su cuerpo de manera feroz, y no le faltaba energía para disfrutar de festines, celebraciones y amantes, tal como era usual en la época.

 

La personalidad de Alejandro Magno se marca por el deseo del hombre de convertirse en leyenda, con el único anhelo de pasar a la historia por haber sido un monarca de honor, un héroe grande, justo y sabio. Alejandro Magno dominó durante el siglo IV a.C. prácticamente todo el territorio y culturas desde la floreciente Grecia hasta la exótica India, fundando una nueva Alejandría allí por donde pasaba, convirtiéndose en el hombre más poderoso de su época. Pero a pesar de todo el poder externo que tenía (con tan solo chasquear los dedos podía acabar con la vida de quien quisiera) no fue capaz de conquistarse a sí mismo. Vencedor de tantos reyes y pueblos lejanos sucumbió, sin embargo, ante los rivales más cercanos, sus IMPULSOS y DESEOS. Deseos físicos, deseos materiales, deseos por querer conquistar más, tener más, ser más, deseos por querer controlar aquello que no dependía de sí mismo, deseos que cuando cedió ante ellos se convirtió en esclavo de los más exigentes de los amos.

 

Para los estoicos, dos cosas eran las que nos apartaban de la libertad. La primera, nuestro juicio y percepción de las cosas y la segunda el control de los deseos e impulsos. Cuantas más cosas anhelemos y cuanto más tengamos que hacer para ganar o alcanzar esos logros, menos disfrutaremos de nuestra vida y menos libres seremos. En la sociedad en la que nos encontramos parece que nunca tenemos suficiente. El placer rápido, fácil y cortoplacista nos enreda en laberintos tan adictivos como vacíos de los que una vez dentro es muy difícil salir. La vida y principalmente nuestra propia mente no deja de agasajarnos con deseos, los cuales acabarán por rodearnos de miseria y esclavitud si siempre acudimos tras su llamada sin ofrecer ningún tipo de resistencia. En palabras de Naval Ravikant:

 

“El deseo es el contrato que haces
contigo mismo para no ser feliz
hasta que consigues lo que deseas.”

 

 

Un deseo nace dónde acaba otro. Por lo que si no nos entrenamos al respecto, como consecuencia de la “adaptación hedónica”, el nunca tener suficiente, el siempre querer más, cuando alcancemos eso que deseamos, en ese preciso instante, ya prácticamente nos parecerá insuficiente y desearemos más o desearemos algo diferente. Así que ¡cuidado con lo que deseas! Cada día, cada momento, es una oportunidad para ejercitarnos en la gestión y control de esos deseos nada favorables para nosotros y los que nos rodean. Aprovéchalo, y el espacio que éstos dejarán en tu mente, lo irán ocupando, la paz, la serenidad y la plenitud. Es difícil desarraigar deseos e impulsos que nos acompañan a diario, y más cuánto más tiempo lleven con nosotros. La práctica constante de autoanálisis a uno mismo era considerada por los estoicos como ingrediente esencial para una vida que merezca la pena ser vivida. Los estoicos contemplaban la dependencia como una falta de autocontrol, con la que ponemos nuestra libertad e independencia emocional en manos de los impulsos y deseos. Estos sabios nos decían que llevásemos especial cuidado en aquellos impulsos y deseos que nos pasan inadvertidos y amenazan con apoderarse poco a poco de nuestro autogobierno y con ello de nuestra paz y bienestar. Aquellos que no son tan fáciles de apreciar pero que van minando nuestro carácter poco a poco. La avaricia y deseo por tener más, la atención excesiva al que dirán, el gustar y complacer a los demás, el impulso de vaguear y hacer siempre lo mínimo, el perseguir continuamente comodidades y placeres. El emperador Marco Aurelio se recordaba en sus famosas Meditaciones:

 

“Los placeres, cuando
superan cierto umbral,
 se convierten en castigos.” 

 

 

Los estoicos eran más conscientes de la importancia de entrenarnos en la identificación y gestión de los impulsos y deseos, de la esclavitud en que podríamos sumergirnos si no les prestamos atención y si no nos entrenamos para ello. Cuando pensamos en deseos normalmente lo primero que se nos suele venir a la cabeza tiene que ver con la adquisición de nuevos bienes materiales, de vivir nuevas experiencias o con la satisfacción de deseos físicos. Sin embargo la mayoría de nuestros deseos cotidianos, principales generadores de irritación, frustración, enfado y otras molestias mentales varias y los cuales en muchas ocasiones ni siquiera nos damos cuenta de que los estamos produciendo en la mente, tienen que ver con querer que lo que ocurre ocurra de otra forma. En el momento que paramos un poco y prestamos algo de atención a nuestra vocecita interior es fácil escuchar un deseo detrás de otro, vestido con alguno de sus diferentes disfraces como el “ojalá”, el arrepentimiento o la pena. Y si no le ponemos riendas a esta sucesión inacabable de deseos aparentemente inofensivos y la amaestramos, se volverá cada vez más caprichosa y consentida, queriendo que todo ocurra como y cuándo desearía. Y al no verse satisfecha, como pasará en la mayor parte de las ocasiones, acarreará sufrimiento y sentimientos desagradables. El filósofo Séneca escribió:


“Un deseo nace donde acaba otro.”

 

 

De esto eran más que conscientes los estoicos y por eso se entrenaban para desear únicamente lo bueno, el pensar y actuar de acuerdo al bien moral, a la virtud. Parte esencial del lema estoico de “vivir acorde a la naturaleza” es aceptar que las cosas ocurran como ocurren y centrarnos en lo que depende únicamente de nosotros, pues lo demás es indiferente. Este principio sencillo y fácil de recordar, es la piedra angular sobre la que se asienta esta poderosa filosofía. Tengamos presente que todo lo que merece verdaderamente la pena requiere tiempo y esfuerzo, y tanto la Areté, la excelencia, como la Ataraxia, la paz mental, son frutos que para alcanzar y mantener requieren una buena dosis de constancia y esfuerzo consciente. Nuestra sociedad trata continuamente de acelerar el paso. Nuestra mente aún más. "Frena tu deseo, no llenes tu corazón con demasiadas cosas y obtendrás lo que necesitas”, enseñaba Epicteto a sus alumnos. Para por un momento, pregúntate que necesitas realmente y qué es realmente importante para ti. Queremos todo, lo queremos a nuestra manera y lo queremos ya. Éxito laboral, éxito en nuestras relaciones, un cuerpo escultural, lujos, más tiempo libre… Epicteto aconsejaba hacerse las siguientes preguntas:

 

“No desees mucho. Céntrate,
entrena tu mente para que pregunte:
¿Necesito realmente esto?
¿Qué pasaría si no lo tengo?
¿Puedo arreglármelas sin esto otro?”

 

 

Las respuestas a estas preguntas que nos formulan los estoicos, buscan ayudarnos a conseguir aquello imprescindible para encontrar el bienestar. Aquello que todos tratamos de alcanzar, la serenidad, la paz interior, la imperturbabilidad, que en griego denominaban Ataraxia. Ataraxia que solo podemos alcanzar con un suficiente desarrollo de una de las 4 virtudes cardinales, la moderación, la templanza. Si lo pensamos bien realmente SOMOS RICOS, somos verdaderamente ricos y posiblemente nuestra vida de hoy este repleta de más comodidades que de la persona más poderosa y adinerada del mundo hace tan solo 200 años. Esto es así. Valorémoslo, valoremos todo lo que merece ser valorado. La mayor parte de las cosas que requieren nuestra energía y nuestro tiempo no son necesarias, no son esenciales y con ello me refiero a las cosas a las que invertimos nuestro dinero y con ello el tiempo que invertimos para conseguir ese dinero que luego lo vamos a gastar en cosas que no necesitamos. Reflexiona por un momento y verás que lo tenemos todo! Por lo que debemos no solo agradecerlo, sino también valorarlo. Tenemos la fortuna, primero de estar vivos, podríamos ya no estar aquí. Y segundo, de hacerlo en las condiciones en las que podemos hacerlo. Estamos en una parte del mundo en el que nos ha tocado vivir de privilegio máximo. Obviamente siempre podemos ver por arriba gente que despilfarra, gente que vive y que conduce y que va vestida y que lleva ciertas cosas diferentes a las nuestras, sí, pero eso no significa que sean más ricos que nosotros. ¿Por qué? Porque la riqueza de verdad está en la mente y en el corazón y eso depende de nosotros, eso depende esencialmente de nosotros. Y esta es también otra de las semillas estoicas que puedes regar. Por lo tanto, agradece todo lo que tienes. Un techo, comida, calor y amor a tu alrededor. Somos ricos, así que valorémoslo. Valorémoslo y disfrutémoslo.

 

La filosofía consiste simplemente en poner mucha atención en nuestros pensamientos y acciones. De esta manera evitaremos las distracciones, no perderemos el rumbo y no nos alejaremos de las cosas verdaderamente importantes. Tus valores y la conciencia de uno mismo evitarán que seas un títere. Es verdad, estar atento requiere esfuerzo y consciencia, pero ¿acaso no es mejor que ser una marioneta? En el fondo, eso es claridad. Al margen de lo que seamos o de donde nos encontremos, lo que importa son nuestras elecciones. ¿Cuáles son? ¿Cómo hemos llegado a ellas? ¿Cómo las aprovecharemos al máximo? Esa son las preguntas que nos plantea la vida. ¿Cómo responderás? Simplemente recuerda que tienes el poder de elegir tu rumbo, tus emociones, tus pensamientos, tus acciones y, finalmente, tu destino. Como nos recordaban los estoicos:

 

“La libertad no se obtiene
 satisfaciendo deseos 
sino eliminándolos.”

 

 

 

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